hacerse mayor


Me di cuenta de que me estaba haciendo viejo hace unos años, cuando en un solo día de inicios de verano, desaparecieron dos símbolos de mi ya, ay, lejana adolescencia. En efecto, tanto Michael Jackson, responsable de tantos traspiés dignos de un programa de vídeos caseros, al tratar de imitar su paso lunar, como Farrah Fawcett Majors, la primera, y genuina ángel rubia de Charlie, fallecieron casi a la vez. Quizá un poco oscurecida la segunda por la magnitud colosal de información que movía el negro con el alma blanca.Ambos, por razones distintas, ocuparon un lugar insigne en la imaginería adolescente. La rubia, cuando la mayoría de las rubias de aquí eran peliteñidas, era la imagen de la salud y la belleza, antes de que las niñas quisieran ser todas supermodelos. Todo ello se resumía en aquel poster en el que anticipaba el uso del bañador rojo como fetiche erótico, y en el que todo, cabello, dientes, figura, parecía tan lejano y tan irreal como la idea de un altavoz que dirigía a tres bellezas para pillar  a los malos. España estaba entonces más preparada para entender a Starsky y Hutch, que a estas acróabatas de largas piernas que pillaban  a un asesino mientras iban pensando en hacerse mechas.
Por otra parte, Jackson, que venía de tratar con un un padre digno de una película neorrealista italiana, tenía el encanto de quien hace todo como si fuese fácil. Sus canciones, sus bailes, sus vídeos fluían con elegante cadencia, hasta el punto de que Michael Jackson le gustaba  a casi todo el mundo.
Sin embargo, lo que ha sucedido hace unas semanas es peor. Porque de la adolescencia uno se recupera, tal vez, pero de la infancia, ni de broma. Y así, para aquellos que cuando   niños, íbamos al Circo y había payasos y no gimnastas olímpicos, la noticia de que Miliki, el último representante de la troika Aragón que acompañó los bocadillo de nocilla de una generación, ha fallecido, nos ha despertado del sueño abruptamente, y  nos ha obligado a enfrentarnos, huérfanos ya de referentes, a la idea de la pérdida de la inocencia y a la terrible sensación de la vejez: donde puso usted Michael Jackson, ponga PitBull, y en lugar de Miliki, a Bob Esponja.
Ya ven, sólo me falta quejarme de lo fuerte que ponen la música los jóvenes y de lo mucho que beben, con lo que uno ha sido.

retórica del abrazo

La gente que no tiene el don de la elocuencia suele referirse con envidia a aquellos que supone con la habilidad de expresar por medio de palabras sus sentimientos. No obstante, hay situaciones en las que las palabras no trasmiten todo eso que alguien desea que el otro conozca. En esos momentos, uno desearía que fuésemos capaces de expresarnos por telepatía, como en una película barata de ciencia ficción, y que nuestros pensamientos fuesen trasparentes.
Y así, cuando uno ve sufrir a alguien que quiere, o bien, desea que sus sentimientos lleguen al otro, usa el abrazo, esa sencilla y humilde muestra de afecto consistente en rodear con los brazos a alguien, para  que esa corriente de cariño fluya, en un espontáneo y maravilloso milagro.
Pero no siempre parece bastar, y el que ofrece el abrazo, se queda con la comezón de que le diría mucho más a la otra persona. "Tenía tanto que decirte..." se suele uno auto flagelar. En fin...
No hace mucho, yo sentí algo parecido, y no sé si aquella a quien iba dirigida mi muestra de afecto es consciente de todo lo que le quise decir con ella. Así que, amiga mía, por si no fui capaz de transmitirte lo que quería, valgan estas palabras, torpemente unidas, para expresarte mi profunda admiración, por tu entereza, por la paciencia que tienes con quienes, movidos por el deseo de saber de ti, te preguntamos infinitas veces por tu estado y por aparecer siempre sonriendo en todas las imágenes que veo de ti. Hay personas que nos hacen mejores con su ejemplo, y tú eres una de ellas. 
PD: un abrazo, claro.

Danzar con la muerte

Convendremos que el de profesor no es un trabajo muy prestigiado últimamente, pero aún así te da la oportunidad de pulsar, como dicen los cursis, la mente de esos seres tan raros que hemos dado en llamar adolescentes. Elementos vulnerables y feroces, sensibles y crueles que pululan por ahí, y  que únicamente suelen aparecer por las noticias en caso de tragedia.
Pues bien, en uno de esos curiosos lapsos de tiempo que la sociedad ha llamado clase, y que en realidad sirve para que un grupo de seres dominados por las hormonas y enloquecidos por los estímulos que le sirve la actual coyuntura, no estén destrozando mobiliario urbano, en una clase decía, intenté explicar la diferencia entre las categorías gramaticales del sustantivo individual y colectivo, utilizando un ejemplo humorístico. Así, les decía a los dos o tres discípulos que tenían a bien escucharme, que el correspondiente término colectivo para el individual "alumno" era el de "manada". Con ese tipo de trucos rastreros se consigue hoy en día la atención en un instituto, ya ven.
Ante las protestas de la muchachada, les suelo argumentar que si no encuentran lógica a la aseveración, que pongan a un abuelo suyo, cualquier día a la hora de salida del instituto, a ver cuál es el resultado. 
De hecho, el guionista y el dibujante de "El Rey León", se debieron inspirar en esa situación para la dramática escena en la que Mufasa es aplastado por hordas de animales enloquecidos.
La realidad imita al arte, dicen, y hace tres días, en Madrid, durante una fiesta que celebraba la macabra estupidez importada esa del "halloween", tres jóvenes, casi adolescentes, han fallecido aplastadas por una masa de compañeros de farra, que intentando no se sabe bien si entrar o salir, desconcertada y amorfa, convirtió una fiesta en una tragedia. 
No es mi intención exculpar a la larga lista de hijos de puta que han colaborado en esta historia para llegar a su conclusión: el empresario sin escrúpulos, el/los políticos que pusieron el cazo y miraron para otro lado, los indeseables que en una situación de pánico se dedican a tirar petardos para acrecentar la confusión... No, pero la reflexión va hoy por otro lado. 
El ser humano es un ente esencialmente gregario, y en especial el joven, que encuentra en la masa una respuesta cómoda para sus dudas. El "todo mundo va a ir" es la excusa perfecta para no plantearse nada. Si alguien, entre los 15 y los 25 años, opone algún reparo a la obligación de asistir a un evento junto con 10000 más o al hecho de sentarse en un banco del parque a ir matando neuronas e ingiriendo alcohol con certeza será clasificado como un "rarito". Esa misma necesidad de que sea la masa la que decida por ti, es la que ahora, falsamente, se está adueñando del debate sobre estos hechos. Se exigen controles, pautas de seguridad,y en suma, que sea alguien, el Estado tal vez, el que solucione todos los problemas y prevea cualquier circunstancia para que miles de jóvenes puedan divertirse en masa sin ningún riesgo. En esa dejación de responsabilidades colectivas andamos ahora, y resultaría casi disculpable en personas todavía a medio hacer, cuyo único interés, acrecentado por una sociedad tramposa que les pone el caramelo en la boca y después les advierte sobre la caries, es divertirse sin pensar en las consecuencias. 
Pero como siempre, son los padres. Hemos tenido oportunidad de ver estos días a respetables miembros de la sociedad, periodistas, jueces incluso, hablar con toda tranquilidad del hecho de que sus hijos habían asistido a la fiesta de marras, y de la tranquilidad que le suponía a la mayoría el hecho de que en esa funesta lotería, el número que salió no era el de su hijo o hija. Respiramos aliviados, en suma, al saber ya en casa a nuestros descendientes después de haber bailado con la parca. Hasta la próxima...Porque aunque los políticos -ahora- traten de poner puertas al campo y hablen de prohibiciones, por ahí un mercader de la muerte está planeando otra ratonera en otra ciudad, con otro nombre, y cuando llegue el momento muy pocos padres serán capaces de negarse y de explicarles a sus hijos que no es normal el hecho de salir después de medianoche, encerrarse a recibir codazos o algo peor con miles  de descerebrados y volver con el amanecer cuando aún, según la ley, no tienes edad para abandonar tu centro de estudios sin la compañía de un adulto.
En una época en la que se considera que el placer es un derecho es difícil sin duda decir que no, pero la alternativa no debería ser la de ir entregando, de vez en cuando, víctimas propiciatorias en un sacrificio. Porque la vida, y su reverso, van en serio, como dice el poema, y hay quien lo descubre pagando un precio excesivamente caro. 

Ver el mar

Antes que el huracán Sandy ha habido este año diecisiete más, en lo que los meteorólogos llaman, no sin cierto humor, la "temporada". Pero ninguno había alcanzado con la virulencia que lo ha hecho éste, la Costa de Nueva York. Y al igual que sucedió hace 11 años con los atentados contra las torres gemelas, el caudal de información de todo tipo, y sobre todo gráfica, que se ha recibido, es tal, que hay detalles que pasan desapercibidos sino se presta un poquito de atención. 


Un grupo de personas espera pacientemente a que las baterías de sus dispositivos electrónicos  (teléfonos móviles, ordenadores...) acumulen energía en un improvisado multi-cargador callejero, dado que hasta seis millones de estadounidenses estuvieron sin electricidad.
Ante ese improvisado altar, que ha sido posible gracias a la generosidad de algún vecino que sí tiene corriente eléctrica, los fieles de la religión tecnológica no hacen otra cosa que mirar, aguardando a que en la pantalla del dispositivo aparezca una rayita más. Nadie habla, nadie se mira. Todos observan la nada, multitud de cables enredados que le dan aliento a tu agenda, tu correo, tu ocio... a tu vida, en suma. 
La ironía de todo esto, supongo, es que estos aparatos se crearon para favorecer la comunicación humana, y que una sociedad en la que es más importante tener la batería cargada para seguir enviando y recibiendo naderías, que volverte a la persona que hay a tu lado y preguntarle ¿cómo estás?, tal vez no merezca mucho la pena. Una sociedad en la que cada día engordo la lista de mis "amigos" virtuales en cualquier red social, o lleno el espacio virtual de chorradas que no le interesan a nadie, mientras no sé nada de mi vecino o de mi compañero de trabajo. 
La ciencia ficción está llena de fantasías sobre existencias virtuales, con complicadísimos cachivaches  e inventos inverosímiles. La idea no era mala, pero el desarrollo era más sencillo. Tal vez estemos viviendo ya en Matrix, enganchados a una pantalla que en sus destellos nos enseña cómo es el mar, porque nos da mucha pereza ir a verlo. 


entre lobos y hienas

No se trata de un vídeo de mucha calidad, pero se ve bien. En un único plano fijo, durante más de nueve minutos, una chica morena, delgada y con el pelo ensortijado sostiene un  grupo de pequeñas cartulinas. No podemos distinguir con claridad su rostro, pero en los fugaces segundos en los que baja la cabeza, no parece una persona alegre.
"Hola", reza la primera. y así, en silencio, va pasando el relato de un infierno íntimo encerrado en pequeños trozos de papel.
Con doce años, usa la cámara del ordenador para comunicarse con sus amigos, y para conocer a otras personas. Alguien la embauca con palabras ya sucias por lo repetidas y manoseadas, "eres hermosa, eres perfecta", le dice. Y va un paso más allá. "Enséñame los pechos", y Amanda que ese es el nombre de la protagonista de este cuento de terror, lo hace. Con doce años, enseña parte de su intimidad, aún sin formar, como lo debe de estar su espíritu, a un desconocido.
Durante los tres años siguientes, Amanda descubre con horror que se puede morir como persona aún siguiendo con vida. Su acosador muestra por la red y envía a todos sus conocidos la foto de su torso desnudo.
Lo malo de un agujero, es que puede ceder bajo tus pies, y tú seguirás cayendo. Depresión, ansiedad, alcohol, drogas. Cambios de domicilio y de escuela, pero el horror, incansable, la sigue persiguiendo. Termina de nuevo humillada y vejada, incluso por sus nuevos compañeros, y un día tras una paliza, ingiere una botella de lejía para acabar con todo. "No sé qué hago aquí" afirma preguntarse cada día, incapaz de superar las bromas crueles y despiadadas de sus compañeros. El final es conocido.
Pero con ser dura la historia del acoso por internet, lo es más aún el encontrarse con la ruindad infinita que puede albergar el ser humano. Adolescentes de uno de los países más ricos del mundo, con todo a su favor, se ensañan con una muchacha desorientada y frágil, que sólo busca aceptación, "necesito a alguien y no tengo a nadie", como reza una de las cartulinas de su testamento videográfico. Hasta seis meses después, la siguen en las redes sociales y le mandan comentarios crueles sobre su intento de suicidio.
Seguramente alguno de esos miserables, habrá depositado una velita en esos altares improvisados que se construyen para casos así. Igual alguno o alguna cree que de esa manera acallará su conciencia y lavará su acción, pero  uno, que ya no cree en la raza humana y sí, poco, en algunas personas, espera que a muchos de los actores de esta triste historia, la vida les escupa en la boca, y que en algún momento de su vida sientan el desamparo y la soledad de una chica de quince años que, todavía no sabía relacionarse con el mundo y tan solo quería que la quisiesen.




literatura de papelera: inicio de novela


Cuando lo llaman , cuando dicen su nombre entero y sus dos apellidos, al principio, no responde. Le resulta raro oírselos a alguien, pues no le llamaban así desde que estaba en el colegio. Sin embargo, reacciona, y adelanta la mano, “como un robot”, se dice, y no puede dejar de observar como  su interlocutor  sonríe con suficiencia ante su torpeza.
¿Qué pensamos unos de otros cuando aún no nos conocemos? Se supone que eso forma parte de los tanteos que nos impone la educación, porque nadie, o casi nadie, se dirige a los demás con lo primero que se le ocurre.
Ahora, pues,  se fija detenidamente en ese hombre, que sin soltarle la mano, desarrolla, de una forma mecánica y algo desganada, el ritual de frases hechas de este tipo de encuentros. Y, por fin, la mano atrapada dentro de la zarpa de su contrario, viene a su memoria de qué conoce a ese individuo. “La mili”, pues claro, no podía ser en otro sitio. Y como si Carlos Martínez, que así se llama su antiguo compañero de armas, le hubiera leído el pensamiento, empieza a rememorar grasientas anécdotas de un lejano tiempo que Luis creía, y querría, olvidado para siempre. Hace ademán de mirar el reloj, por si el pesado cae en la indirecta, pero si lo ve, no se hace el enterado. Así que hay que pasar a la acción. “oye, me encantaría seguir hablando contigo, pero me esperan”. Normalmente, eso suele bastar para librarse de este tipo de personas, pero no, se ve que hoy no es su día. “Bueno, pues dime dónde vas y te llevo, tengo el coche aquí al lado, y ya terminé con lo que vine a hacer”. Se impone hacer algo, porque si no el tal Martínez le va a fastidiar el resto del día, y ante situaciones desesperadas, como sin duda  era aquella, se imponen soluciones desesperadas. “Mira, es que me esperan en el aeropuerto, y voy a coger un taxi, gracias de todos modos. Dame tu teléfono, y te llamo un día de estos para hablar” Aunque sabe que nunca le llamará, estima que así todo queda más educado, ¿cómo diría?, más formal.
Pero a Martínez no hay quien le pueda, y con su optimismo a prueba de rechazos, y su cháchara interminable, no se da por vencido. “De eso nada, tú no coges un taxi, estando yo aquí. Además, el coche es nuevo y le vendrán bien unos kilómetros, para hacerle el rodaje. Así seguimos (¿seguimos? ¿en plural?) recordando los viejos tiempos”.
Así que, Luis Moreno,  licenciado en Ciencias Químicas, funcionario  del ministerio de   agricultura, divorciado, y con algunas canas, sólo pone unas pocas protestas, casi balbuceadas, entre su antiguo conmilitón y él, y se ve casi empujado a entrar en un vehículo…

la vida es capicúa

Cuando va a ser engullida por una araña, la mosca no puede dejar de mirar a su captora, con una mezcla de terror y fascinación que es su perdición, ya que no hace nada por salvarse.
Algo así me pasaba a mí con las clases de matemáticas. Iba a esa clase en la que no entendía nada de lo que explicaban los sucesivos profesores que me padecieron como alumno, y les escuchaba hablar con absoluta seriedad y con la certeza de que lo que decían era algo importante. Se desplegaban ante uno conceptos, gráficos y relaciones que establecían un mundo propio, alejado en grado sumo de las entendederas de un alumno de letras, letras. No obstante, en aquel maremágnum de funciones, conjuntos y signos, algunos conceptos sí llegaba a captarlos. Uno de ellos fue el de los números capicúas que ofrecían la rara belleza de lo simétrico.
Y que daban para cuestionarse enunciados metafísicos: ¿qué sentiría el número del medio, casi engullido por los extremos, débil y a la vez importante por su singularidad? En fin,  los adolescentes que odiábamos las matemáticas, buscábamos cualquier subterfugio para evadirnos, ya se ve.
Y la vida pasa, aburrida o no, pero inflexible, y aquel adolescente se ha hecho mayor y sin dejar de ser hijo, se ha convertido en padre.
Se ha escrito sobre la sensación que deja en el corazón el reconocer en el espejo gestos de los padres, pero desconozco si se ha hecho, sobre el vértigo que supone que un proyecto de ser humano, tras numerosos azares genéticos, repita ademanes que tú consideras como propios. Y uno empieza a comprender que la vida es capicúa, que al fin y al cabo no es otra la función que se nos reserva que la de hacer de puente entre los afectos, siempre frágiles, de los demás. Y que aquello que nos parecía fastidioso, esa arruga en la comisura de la boca, ese guiño heredado, nos resulta ahora motivo de orgullo cuando un hijo nuestro los tiene.
Es curiosa la vida, sí. Hasta las matemáticas tienen sentido. Y es que siempre parecerá mejor ser la cifra de en medio, que un número primo, que como reza la novela, sólo se tiene a sí mismo.

Hacer un calvo

Cuando éramos jóvenes, si  salías de juerga y  tenías la suerte de que en tu grupo alguno disponía de coche, lo más habitual era  que todos acabasen  altamente perjudicados, y que  los que viajaban en el asiento trasero enseñasen la retaguardia a los coches y viandantes que pasaban, con el expeditivo método de bajarse los pantalones, pegar el trasero al cristal y gritar para llamar la atención, y con suerte, escandalizar a alguien. A eso se le llamaba hacerse un calvo.
En Cerdanyola, hace unos días, dos policías locales no llegaron a tanto, tal vez por que el calvo ya iba en el asiento de delante, pero también parecen volver de una fiesta. Y, a juzgar por los comentarios, el vídeo en cuestión ha sido del agrado de numerosas personas, excepción hecha  de sus jefes en el Ayuntamiento de la localidad, que han suspendido a nuestros héroes. A nosotros, qué vamos a decir, tampoco nos parece para tanto. Al fin y al cabo, continúan una gloriosa tradición.
Por otro lado, la afición, y en concreto, los jóvenes que intercambiaron amablemente puntos de vista con los antidisturbios la pasada semana en Madrid, se preguntan si éstos no deberían seguir su ejemplo y utilizar la porra como una striper y no para otras actividades.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero sí hay diferencias con otras épocas: en Praga les daban flores a los soldados, aquí si te descuidas te enseña un plátano la policía.

de la belleza

Si uno busca en el Diccionario de la Real Academia (seamos sinceros: todos lo utilizamos en su versión de internet) el significado de belleza encontraremos "Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas"
Pues bien, a pesar de lo aséptico de la definición, lo que tiene la idea de  belleza es que es como la nuca: todo el mundo tiene una.
Y además, la belleza, o la percepción que tenemos de la misma, es mutable en el tiempo: no te hace vibrar lo mismo cuando eres un adolescente que cuando peinas canas (quienes la conserven). 
No obstante, hay algo en lo que casi todos están de acuerdo. Cuando llega el acontecimiento más importante de tu vida, cuando  ese diminuto  y extraño objeto que es un ser humano en miniatura te mira por primera vez, crees que no has visto nada más hermoso en tu vida, aunque en tu interior, tu yo consciente sepa que no lo es.
Este rodeo viene a cuento porque  traigo a este blog un pequeño poema de Amalia Bautista que habla, básicamente, de lo que sientes al ver a esos pequeños seres, medio majaretas, que te han convertido en un esclavo.
Aunque ese poema está equivocado: los pies de mis hijas son mucho más bonitos.

en un minuto


En los tebeos de Astérix, uno de los personajes siempre andaba con el miedo de que el cielo cayese sobre sus cabezas. El viernes, en las regiones más deprimidas de este triste país, cayó el cielo sobre las cabezas de todos los que habían salido a buscarse la vida. Para ser exacto, al conductor de esta furgoneta, que se diría de reparto, le cayó el cielo y se le abrió el suelo.
No resulta sencillo encontrar las palabras para tratar de expresar las sensaciones que han de venir a tu cabeza cuando circulas por una autovía, que tan sólo tiene 20 años, y ésta, literalmente, se viene abajo. Tal vez el intenso torrente de adrenalina que ha de circular por tus venas en esos eternos momentos, en los que aprietas con desesperación el acelerador, y escuchas como el asfalto, los hierros, y toda la estructura se deshace como azúcar, no te da opción a nada más.
O quizá sí. Quizá piensas en el beso que no diste a tu hija por que tenías prisa, o que no podrás volver a abrazar a tu mujer. En esos terribles, largos y extenuantes momentos en los que pareces un personaje de dibujos animados, corriendo sobre planchas de hormigón que caen sobre la riada, tu vida no parece tan mala, y darías lo que fuera por tener la oportunidad de seguir disfrutándola y padeciéndola un poco más.
Al final, el motor de tu furgoneta responde, y consigues llegar al otro lado del puente, mientras a tu espalda sólo queda un hueco en lo que era una orgullosa obra de ingeniería humana.
En un minuto, en un sólo minuto, has visto la piel del diablo y la cara de Dios (aunque no creas), y en ese minuto te has dado cuenta de lo frágil que es tu existencia. En un minuto, en un sólo minuto has plantado cara a la muerte y le has dicho que todavía no era tu momento. Y la muerte, tal vez dolida, pero resignada, como en el cuento, te buscará en otro momento y en otro lugar.
(Nota: la foto que inspira este escrito ha aparecido en todos los medios, pero no he sido capaz de encontrar más información sobre lo sucedido)

GIN TONIC Y GAZPACHO

El gin tonic nació como una bebida casi medicinal, en la India, cuando los casacas rojas del ejército inglés comenzaron a beberla.
En tiempos no muy lejanos, cuando en España no había metrosexuales, y lo más de lo más era llevar un cadenón de oro sobre un torso velludo, un gin tonic, con su nombre (y su origen)  inglés, era una bebida seria. De hombres, vamos. Una ginebra, Larios, normalmente, y si nos poníamos estupendos, una Gordon´s, una tónica cualquiera, hielo, limón y listo.
Como esto del alcohol es como la bolsa, que va fluctuando, se pusieron de moda otros licores: el ron, el tequila, el vodka, o el whisky, que siempre ha estado ahí. Y a los que pedían (pedíamos) ginebra con tónica en un bar , se les situaba en el escalón inmediatamente superior al de los bebedores de coñac o anís.
Pero hete aquí que la ginebra ha vuelto, y que ahora coinciden al pedirla tanto el joven gafapasta que viene de hacer cola por su iphone, como el señor que en su bar de toda la vida, se puede fumar un puro con sus amigos. Aunque esta última afirmación no es del todo cierta, ya que el diseño, la nueva cocina y otras mandangas han entrado de lleno en el mundo de los combinados.
Para empezar, si vas a un bar, quien te sirve ya no es un camarero, sino un bartender, reconocible porque va mejor vestido y peinado que la mayoría de los clientes. Además, si el local tiene posibles, te mostrarán una carta de ginebras y de tónicas, para que elijas la combinación más adecuada, y en algunos, incluso una carta de hielos (y no es broma).
Si pides una Hendricks, échale pepino, y una tónica QTonic, porque otras son muy carbónicas... o si eliges Citadelle, pues Fever Tree, frutos rojos, menta, Lima y jengibre. Y se llega a extremos como éste en el que, como si se tratase de un gazpacho (de ahí el título, qué bien traído, eh) has de entretenerte en ir apartando los tropezones para beberte el combinado. 
Quizá se trate de  una servidumbre de nuestra época, que lo complica todo para llegar al mismo sitio, o quizás los que sólo queremos una copa, refrescante, y con su punto justo de amargor, no seamos sino residuos de tiempos pasados en los que los teléfonos servían para hablar, y las cámaras hacían fotos. En fin...
Terminando...Ésta era la ginebra que tomaba Frank Sinatra,San Frank Sinatra . Añádale hielo, tónica y limón.. y ya está.



mediocridad

"los chicos de clase media fabricados en serie a los que tenía que dar clase eran bastante horribles;(...)pero lo verdaderamente insoportable era la sala de profesores. Llegó a ser casi un alivio tener que ir a clase. La tediosa y entumecedora rutina anual de sus vidas pesaban sobre los profesores como un estigma.Y era auténtico tedio(...).Sus consecuencias eran la hipocresía, la gazmoñería y la ira impotente de los viejos que saben que han fracasado y de los jóvenes que van a fracasar. Los jefes de departamento eran como el sermón que se escucha antes de ir a la horca; algunos de ellos te producían algo parecido al vértigo, una fugaz visión del insondable pozo de la futilidad humana..., o eso fue al menos lo que empecé a sentir al comienzo del segundo trimestre."
John Fowles, El mago,
Ed. Anagrama
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