Cuando lo llaman , cuando dicen
su nombre entero y sus dos apellidos, al principio, no responde. Le resulta
raro oírselos a alguien, pues no le llamaban así desde que estaba en el
colegio. Sin embargo, reacciona, y adelanta la mano, “como un robot”, se dice,
y no puede dejar de observar como su
interlocutor sonríe con suficiencia ante
su torpeza.
¿Qué pensamos unos de
otros cuando aún no nos conocemos? Se supone que eso forma parte de los tanteos
que nos impone la educación, porque nadie, o casi nadie, se dirige a los demás
con lo primero que se le ocurre.
Ahora, pues, se fija detenidamente en ese hombre, que sin
soltarle la mano, desarrolla, de una forma mecánica y algo desganada, el ritual
de frases hechas de este tipo de encuentros. Y, por fin, la mano atrapada
dentro de la zarpa de su contrario, viene a su memoria de qué conoce a ese
individuo. “La mili”, pues claro, no podía ser en otro sitio. Y como si Carlos
Martínez, que así se llama su antiguo compañero de armas, le hubiera leído el
pensamiento, empieza a rememorar grasientas anécdotas de un lejano tiempo que
Luis creía, y querría, olvidado para siempre. Hace ademán de mirar el reloj,
por si el pesado cae en la indirecta, pero si lo ve, no se hace el enterado.
Así que hay que pasar a la acción. “oye, me encantaría seguir hablando contigo,
pero me esperan”. Normalmente, eso suele bastar para librarse de este tipo de
personas, pero no, se ve que hoy no es su día. “Bueno, pues dime dónde vas y te
llevo, tengo el coche aquí al lado, y ya terminé con lo que vine a hacer”. Se
impone hacer algo, porque si no el tal Martínez le va a fastidiar el resto del
día, y ante situaciones desesperadas, como sin duda era aquella, se imponen soluciones
desesperadas. “Mira, es que me esperan en el aeropuerto, y voy a coger un taxi,
gracias de todos modos. Dame tu teléfono, y te llamo un día de estos para
hablar” Aunque sabe que nunca le llamará, estima que así todo queda más
educado, ¿cómo diría?, más formal.
Pero a Martínez no
hay quien le pueda, y con su optimismo a prueba de rechazos, y su cháchara
interminable, no se da por vencido. “De eso nada, tú no coges un taxi, estando
yo aquí. Además, el coche es nuevo y le vendrán bien unos kilómetros, para
hacerle el rodaje. Así seguimos (¿seguimos? ¿en plural?) recordando los
viejos tiempos”.
Así que,
Luis Moreno, licenciado en Ciencias
Químicas, funcionario del ministerio
de agricultura, divorciado, y con
algunas canas, sólo pone unas pocas protestas, casi balbuceadas, entre su
antiguo conmilitón y él, y se ve casi empujado a entrar en un vehículo…
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