la vida es capicúa

Cuando va a ser engullida por una araña, la mosca no puede dejar de mirar a su captora, con una mezcla de terror y fascinación que es su perdición, ya que no hace nada por salvarse.
Algo así me pasaba a mí con las clases de matemáticas. Iba a esa clase en la que no entendía nada de lo que explicaban los sucesivos profesores que me padecieron como alumno, y les escuchaba hablar con absoluta seriedad y con la certeza de que lo que decían era algo importante. Se desplegaban ante uno conceptos, gráficos y relaciones que establecían un mundo propio, alejado en grado sumo de las entendederas de un alumno de letras, letras. No obstante, en aquel maremágnum de funciones, conjuntos y signos, algunos conceptos sí llegaba a captarlos. Uno de ellos fue el de los números capicúas que ofrecían la rara belleza de lo simétrico.
Y que daban para cuestionarse enunciados metafísicos: ¿qué sentiría el número del medio, casi engullido por los extremos, débil y a la vez importante por su singularidad? En fin,  los adolescentes que odiábamos las matemáticas, buscábamos cualquier subterfugio para evadirnos, ya se ve.
Y la vida pasa, aburrida o no, pero inflexible, y aquel adolescente se ha hecho mayor y sin dejar de ser hijo, se ha convertido en padre.
Se ha escrito sobre la sensación que deja en el corazón el reconocer en el espejo gestos de los padres, pero desconozco si se ha hecho, sobre el vértigo que supone que un proyecto de ser humano, tras numerosos azares genéticos, repita ademanes que tú consideras como propios. Y uno empieza a comprender que la vida es capicúa, que al fin y al cabo no es otra la función que se nos reserva que la de hacer de puente entre los afectos, siempre frágiles, de los demás. Y que aquello que nos parecía fastidioso, esa arruga en la comisura de la boca, ese guiño heredado, nos resulta ahora motivo de orgullo cuando un hijo nuestro los tiene.
Es curiosa la vida, sí. Hasta las matemáticas tienen sentido. Y es que siempre parecerá mejor ser la cifra de en medio, que un número primo, que como reza la novela, sólo se tiene a sí mismo.

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