Cuando éramos jóvenes, si salías de juerga y tenías la suerte de que en tu grupo alguno disponía de coche, lo más habitual era que todos acabasen altamente perjudicados, y que los que viajaban en el asiento trasero enseñasen la retaguardia a los coches y viandantes que pasaban, con el expeditivo método de bajarse los pantalones, pegar el trasero al cristal y gritar para llamar la atención, y con suerte, escandalizar a alguien. A eso se le llamaba hacerse un calvo.
En Cerdanyola, hace unos días, dos policías locales no llegaron a tanto, tal vez por que el calvo ya iba en el asiento de delante, pero también parecen volver de una fiesta. Y, a juzgar por los comentarios, el vídeo en cuestión ha sido del agrado de numerosas personas, excepción hecha de sus jefes en el Ayuntamiento de la localidad, que han suspendido a nuestros héroes. A nosotros, qué vamos a decir, tampoco nos parece para tanto. Al fin y al cabo, continúan una gloriosa tradición.
Por otro lado, la afición, y en concreto, los jóvenes que intercambiaron amablemente puntos de vista con los antidisturbios la pasada semana en Madrid, se preguntan si éstos no deberían seguir su ejemplo y utilizar la porra como una striper y no para otras actividades.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero sí hay diferencias con otras épocas: en Praga les daban flores a los soldados, aquí si te descuidas te enseña un plátano la policía.
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