Me di cuenta de que me estaba haciendo viejo
hace unos años, cuando en un solo día de inicios de verano, desaparecieron dos
símbolos de mi ya, ay, lejana adolescencia. En efecto, tanto Michael Jackson,
responsable de tantos traspiés dignos de un programa de vídeos caseros, al
tratar de imitar su paso lunar, como Farrah Fawcett Majors, la primera, y
genuina ángel rubia de Charlie, fallecieron casi a la vez. Quizá un poco
oscurecida la segunda por la magnitud colosal de información que movía el negro
con el alma blanca.Ambos, por razones distintas, ocuparon un lugar insigne en
la imaginería adolescente. La rubia, cuando la mayoría de las rubias de aquí
eran peliteñidas, era la imagen de la salud y la belleza, antes de que las
niñas quisieran ser todas supermodelos. Todo ello se resumía en aquel poster en
el que anticipaba el uso del bañador rojo como fetiche erótico, y en el que
todo, cabello, dientes, figura, parecía tan lejano y tan irreal como la idea de
un altavoz que dirigía a tres bellezas para pillar a los malos. España estaba entonces más
preparada para entender a Starsky y Hutch, que a estas acróabatas de largas
piernas que pillaban a un asesino
mientras iban pensando en hacerse mechas.
Por otra parte, Jackson, que venía de tratar
con un un padre digno de una película neorrealista italiana, tenía el encanto
de quien hace todo como si fuese fácil. Sus canciones, sus bailes, sus vídeos
fluían con elegante cadencia, hasta el punto de que Michael Jackson le gustaba a casi todo el mundo.
Sin embargo, lo que ha sucedido hace unas
semanas es peor. Porque de la adolescencia uno se recupera, tal vez, pero de la
infancia, ni de broma. Y así, para aquellos que cuando niños, íbamos al Circo y había payasos y no
gimnastas olímpicos, la noticia de que Miliki, el último representante de la
troika Aragón que acompañó los bocadillo de nocilla de una generación, ha
fallecido, nos ha despertado del sueño abruptamente, y nos ha obligado a enfrentarnos, huérfanos ya de referentes, a
la idea de la pérdida de la inocencia y a la terrible sensación de la vejez:
donde puso usted Michael Jackson, ponga PitBull, y en lugar de Miliki, a Bob
Esponja.
Ya ven, sólo me falta quejarme de lo fuerte
que ponen la música los jóvenes y de lo mucho que beben, con lo que uno ha
sido.
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