Danzar con la muerte

Convendremos que el de profesor no es un trabajo muy prestigiado últimamente, pero aún así te da la oportunidad de pulsar, como dicen los cursis, la mente de esos seres tan raros que hemos dado en llamar adolescentes. Elementos vulnerables y feroces, sensibles y crueles que pululan por ahí, y  que únicamente suelen aparecer por las noticias en caso de tragedia.
Pues bien, en uno de esos curiosos lapsos de tiempo que la sociedad ha llamado clase, y que en realidad sirve para que un grupo de seres dominados por las hormonas y enloquecidos por los estímulos que le sirve la actual coyuntura, no estén destrozando mobiliario urbano, en una clase decía, intenté explicar la diferencia entre las categorías gramaticales del sustantivo individual y colectivo, utilizando un ejemplo humorístico. Así, les decía a los dos o tres discípulos que tenían a bien escucharme, que el correspondiente término colectivo para el individual "alumno" era el de "manada". Con ese tipo de trucos rastreros se consigue hoy en día la atención en un instituto, ya ven.
Ante las protestas de la muchachada, les suelo argumentar que si no encuentran lógica a la aseveración, que pongan a un abuelo suyo, cualquier día a la hora de salida del instituto, a ver cuál es el resultado. 
De hecho, el guionista y el dibujante de "El Rey León", se debieron inspirar en esa situación para la dramática escena en la que Mufasa es aplastado por hordas de animales enloquecidos.
La realidad imita al arte, dicen, y hace tres días, en Madrid, durante una fiesta que celebraba la macabra estupidez importada esa del "halloween", tres jóvenes, casi adolescentes, han fallecido aplastadas por una masa de compañeros de farra, que intentando no se sabe bien si entrar o salir, desconcertada y amorfa, convirtió una fiesta en una tragedia. 
No es mi intención exculpar a la larga lista de hijos de puta que han colaborado en esta historia para llegar a su conclusión: el empresario sin escrúpulos, el/los políticos que pusieron el cazo y miraron para otro lado, los indeseables que en una situación de pánico se dedican a tirar petardos para acrecentar la confusión... No, pero la reflexión va hoy por otro lado. 
El ser humano es un ente esencialmente gregario, y en especial el joven, que encuentra en la masa una respuesta cómoda para sus dudas. El "todo mundo va a ir" es la excusa perfecta para no plantearse nada. Si alguien, entre los 15 y los 25 años, opone algún reparo a la obligación de asistir a un evento junto con 10000 más o al hecho de sentarse en un banco del parque a ir matando neuronas e ingiriendo alcohol con certeza será clasificado como un "rarito". Esa misma necesidad de que sea la masa la que decida por ti, es la que ahora, falsamente, se está adueñando del debate sobre estos hechos. Se exigen controles, pautas de seguridad,y en suma, que sea alguien, el Estado tal vez, el que solucione todos los problemas y prevea cualquier circunstancia para que miles de jóvenes puedan divertirse en masa sin ningún riesgo. En esa dejación de responsabilidades colectivas andamos ahora, y resultaría casi disculpable en personas todavía a medio hacer, cuyo único interés, acrecentado por una sociedad tramposa que les pone el caramelo en la boca y después les advierte sobre la caries, es divertirse sin pensar en las consecuencias. 
Pero como siempre, son los padres. Hemos tenido oportunidad de ver estos días a respetables miembros de la sociedad, periodistas, jueces incluso, hablar con toda tranquilidad del hecho de que sus hijos habían asistido a la fiesta de marras, y de la tranquilidad que le suponía a la mayoría el hecho de que en esa funesta lotería, el número que salió no era el de su hijo o hija. Respiramos aliviados, en suma, al saber ya en casa a nuestros descendientes después de haber bailado con la parca. Hasta la próxima...Porque aunque los políticos -ahora- traten de poner puertas al campo y hablen de prohibiciones, por ahí un mercader de la muerte está planeando otra ratonera en otra ciudad, con otro nombre, y cuando llegue el momento muy pocos padres serán capaces de negarse y de explicarles a sus hijos que no es normal el hecho de salir después de medianoche, encerrarse a recibir codazos o algo peor con miles  de descerebrados y volver con el amanecer cuando aún, según la ley, no tienes edad para abandonar tu centro de estudios sin la compañía de un adulto.
En una época en la que se considera que el placer es un derecho es difícil sin duda decir que no, pero la alternativa no debería ser la de ir entregando, de vez en cuando, víctimas propiciatorias en un sacrificio. Porque la vida, y su reverso, van en serio, como dice el poema, y hay quien lo descubre pagando un precio excesivamente caro. 

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