Corazón de león

Uno, a veces, no se da cuenta. No es consciente de que está presenciando,o tal vez, de que participa en un milagro. La propia dinámica de los hechos le lleva a actuar sin pararse a reflexionar. Y sólo tras pasar el tiempo, y al ver una foto vieja, o un vídeo de youtube, cae en la cuenta de que ha formado parte de un acontecimiento prodigioso.
Viene todo esto a cuento de que hace unas semanas, mientras dos equipos de fútbol jugaban el enésimo partido del siglo de este mes, y llovía con una furia bíblica digna de mejor causa, un grupo de niños y adolescentes se preparaban para representar en el teatro de una pequeña población de provincias la versión musical de una conocida película de dibujos animados. 
De hecho no es lo más importante la calidad del montaje, que es mucha, ni que esa representación se celebrase por una causa especialmente noble. Ni tampoco, la extraordinaria emotividad que ha provocado un público enfervorizado y entusiasta. Lo más llamativo es que, en los tiempos que corren, cerca de treinta chicos se pongan de acuerdo para llevar a cabo un proyecto en común. Y que un adulto, contradiciendo la máxima que no hay que trabajar con niños o animales en cuestiones de espectáculo, se proponga llevar a cabo el reto.
Pues uno, aunque de lejos, ha sido testigo de cómo lo que parecía una utopía irrealizable, se ha completado. Y no puede dejar de maravillarse de que cuando se apagan las luces, y se levanta el telón, se siga produciendo el milagro. 
No siempre, pero en esta ocasión, uno sí se ha dado cuenta.

Carroña

En alguna parte, un tren descarrila. Tras perder el control de su trayectoria, gira sobre sí mismo como una peonza y se deshace.
Para los que somos de letras, las explicaciones sobre la velocidad, las balizas, cómo entró en la curva y otros aspectos técnicos son un arcano al que no podemos acceder. 
Lo sustancial es que hay decenas de personas que eran transportadas en ese tren que ya no van a ver ningún amanecer más. Y ante una tragedia como esa, el ser humano muestra lo poliédrico que puede llegar a resultar su comportamiento.
Podemos encontrar héroes anónimos, que se olvidan de sí mismos, y anteponen a los demás sobre sí mismos. 
Y podemos encontrar seres como éste, que se dedican a intentar obtener beneficios de los cadáveres aún calientes. No resulta difícil imaginar como  este sujeto, que después de hacer su "trabajo", se sienta frente al cubo de la basura, lo abre y se dispone a cenar. Y tampoco se descarta que su jefa, en la soledad de su despacho, se masturbe con las imágenes del accidente y sus consecuencias, imaginando el programa de detritus que perpetrará la mañana siguiente. A pesar de que no es la primera vez, puesto que ya lo hecho con cadáveres de niños u otras situaciones similares, no deja de encontrarle gusto a eso de satisfacerse en la tragedia ajena.
Y hay personales como ella, que aprovechan para hacer partidismo del más abyecto y bailan un zapateado sobre las víctimas y sus familias.
Y también hay figurones, que en un momento en el que todas las manos hacen falta, sacan su teléfono y se ponen a grabar. No contento con ello, difunde su vídeo para que todos sepamos la gran labor social que hacen los "videoaficionados", o así los llaman.
En fin. El ser humano, capaz de lo mejor y de peor, de nutrirse de la carroña, o de sembrar flores en la basura.

del amor

Amor es una palabra vieja, manoseada, gastada. Y no obstante, en un instante, puede hacer que con una mirada se detenga el mundo.
Tras 22 años sin verse, una pareja de artistas de vanguardia que habían compartido vida y obra, se reencuentran en un momento mágico. Y tienen sentido las palabras del poeta, y para los dos amantes sólo existe el otro,lo que dicen los ojos, y lo que callan los labios.
Aquí lo cuentan bastante bien. Y éste es el momento.
Pero a mí me interesa ese instante, en el que se produce el milagro cotidiano y extraordinario, de un hombre, una mujer y sus manos y sus ojos entrelazados.
Y entonces, en este viejo mundo lleno de basura, todo vuelve a tener sentido.


Levantarse



En las películas de acción de Hollywood, el héroe suele salir vencedor después de pasarlas de todos los colores, con un esquema más o menos fijo, que en ocasiones sólo cambia por el escenario donde se lleva a cabo.

Pues traigo malas noticias, amigos: la vida no es así. No, qué va. En la vida, muchas veces, ganan los malos, que se llevan el premio y la chica no sólo no se va contigo, sino que ni se digna a mirarte. Y lo más doloroso es la impunidad con la que cometen sus fechorías, tal vez amparados en el miedo, la desvergüenza o las ganas de no complicarse la existencia de los demás.

Por ello, cuando alguien se alza y dice que ya está bien, cuando otros le siguen y levantan su voz, no está de más agradecerlo y reconocerlo. Porque vivir de pie es meterse en problemas, y es harto más fácil y mucho más cómodo dejarse llevar por la corriente.

Pero no. Todavía queda quien dice que no, que hay que luchar, y para esas personas que afrontan la existencia sin miedo, y se pueden mirar al espejo de frente, sin rehuir la mirada, va este poema de Ruyard Kipling, que explica de una forma mucho más expresiva todo lo que llevo un rato intentando describir de forma muy torpe.

Si...

Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello.

Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti,
pero también dejas lugar a sus dudas.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no te domina el odio
Y aun así no pareces demasiado bueno o demasiado sabio.

Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.

Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un solo lanzamiento ;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones,
para seguir adelante mucho después de haberlos perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice: "Resiste!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no distanciarte de los demás.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto,
con sesenta segundos de lucha bravía...

Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.

Y para los canallas , un regalito

la habitación del hijo

Hay un momento definitivo en la paternidad (o en la maternidad,según). El instante en el que entras en la habitación del hijo, normalmente a estas alturas bebé, para verle dormir. Ahí ya estás perdido. Ese gesto, inocente y a medias, temeroso, va a marcar tu existencia futura. 
Porque lo vas a repetir durante más, muchísimas noches más de lo que te puedes imaginar. En un principio para controlar si respira, si está resfriado, si tiene calor o tirita de frío, para arroparle, en fin.
Pero pasará el tiempo y, casi imperceptiblemente, la decoración de su cuarto mudará al ritmo que crecen sus huesos. Y te descubrirás velando con él las noches de estudio, arropándole cuando hace frío (esa manta ya le queda pequeña) o asomándote temeroso al muro que crea la puerta cerrada que nunca sospechábamos que iba a estarlo.
Y te asomarás, con inquietud creciente,cuando no esté en esa cama a la hora de dormir, tranquilizando sólo tu corazón el tintineo familiar de unas llaves en la puerta.
Pero aún así, te queda lo peor. El momento en el que sabes que no va a ocupar más esa habitación, en el que podrás entrar con libertad en ella, sentarte y recordar aquellos tiempos en los que una de tus alegrías era el asomarte a la habitación de tu hijo,y verlo dormir, ajeno al mundo. 
Tal vez sea esa la verdadera lección de la vida: que la felicidad está en los ojos cerrados de un niño que duerme, y en los ojos abiertos de unos padres que le ven dormir.
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