retórica del abrazo

La gente que no tiene el don de la elocuencia suele referirse con envidia a aquellos que supone con la habilidad de expresar por medio de palabras sus sentimientos. No obstante, hay situaciones en las que las palabras no trasmiten todo eso que alguien desea que el otro conozca. En esos momentos, uno desearía que fuésemos capaces de expresarnos por telepatía, como en una película barata de ciencia ficción, y que nuestros pensamientos fuesen trasparentes.
Y así, cuando uno ve sufrir a alguien que quiere, o bien, desea que sus sentimientos lleguen al otro, usa el abrazo, esa sencilla y humilde muestra de afecto consistente en rodear con los brazos a alguien, para  que esa corriente de cariño fluya, en un espontáneo y maravilloso milagro.
Pero no siempre parece bastar, y el que ofrece el abrazo, se queda con la comezón de que le diría mucho más a la otra persona. "Tenía tanto que decirte..." se suele uno auto flagelar. En fin...
No hace mucho, yo sentí algo parecido, y no sé si aquella a quien iba dirigida mi muestra de afecto es consciente de todo lo que le quise decir con ella. Así que, amiga mía, por si no fui capaz de transmitirte lo que quería, valgan estas palabras, torpemente unidas, para expresarte mi profunda admiración, por tu entereza, por la paciencia que tienes con quienes, movidos por el deseo de saber de ti, te preguntamos infinitas veces por tu estado y por aparecer siempre sonriendo en todas las imágenes que veo de ti. Hay personas que nos hacen mejores con su ejemplo, y tú eres una de ellas. 
PD: un abrazo, claro.

Danzar con la muerte

Convendremos que el de profesor no es un trabajo muy prestigiado últimamente, pero aún así te da la oportunidad de pulsar, como dicen los cursis, la mente de esos seres tan raros que hemos dado en llamar adolescentes. Elementos vulnerables y feroces, sensibles y crueles que pululan por ahí, y  que únicamente suelen aparecer por las noticias en caso de tragedia.
Pues bien, en uno de esos curiosos lapsos de tiempo que la sociedad ha llamado clase, y que en realidad sirve para que un grupo de seres dominados por las hormonas y enloquecidos por los estímulos que le sirve la actual coyuntura, no estén destrozando mobiliario urbano, en una clase decía, intenté explicar la diferencia entre las categorías gramaticales del sustantivo individual y colectivo, utilizando un ejemplo humorístico. Así, les decía a los dos o tres discípulos que tenían a bien escucharme, que el correspondiente término colectivo para el individual "alumno" era el de "manada". Con ese tipo de trucos rastreros se consigue hoy en día la atención en un instituto, ya ven.
Ante las protestas de la muchachada, les suelo argumentar que si no encuentran lógica a la aseveración, que pongan a un abuelo suyo, cualquier día a la hora de salida del instituto, a ver cuál es el resultado. 
De hecho, el guionista y el dibujante de "El Rey León", se debieron inspirar en esa situación para la dramática escena en la que Mufasa es aplastado por hordas de animales enloquecidos.
La realidad imita al arte, dicen, y hace tres días, en Madrid, durante una fiesta que celebraba la macabra estupidez importada esa del "halloween", tres jóvenes, casi adolescentes, han fallecido aplastadas por una masa de compañeros de farra, que intentando no se sabe bien si entrar o salir, desconcertada y amorfa, convirtió una fiesta en una tragedia. 
No es mi intención exculpar a la larga lista de hijos de puta que han colaborado en esta historia para llegar a su conclusión: el empresario sin escrúpulos, el/los políticos que pusieron el cazo y miraron para otro lado, los indeseables que en una situación de pánico se dedican a tirar petardos para acrecentar la confusión... No, pero la reflexión va hoy por otro lado. 
El ser humano es un ente esencialmente gregario, y en especial el joven, que encuentra en la masa una respuesta cómoda para sus dudas. El "todo mundo va a ir" es la excusa perfecta para no plantearse nada. Si alguien, entre los 15 y los 25 años, opone algún reparo a la obligación de asistir a un evento junto con 10000 más o al hecho de sentarse en un banco del parque a ir matando neuronas e ingiriendo alcohol con certeza será clasificado como un "rarito". Esa misma necesidad de que sea la masa la que decida por ti, es la que ahora, falsamente, se está adueñando del debate sobre estos hechos. Se exigen controles, pautas de seguridad,y en suma, que sea alguien, el Estado tal vez, el que solucione todos los problemas y prevea cualquier circunstancia para que miles de jóvenes puedan divertirse en masa sin ningún riesgo. En esa dejación de responsabilidades colectivas andamos ahora, y resultaría casi disculpable en personas todavía a medio hacer, cuyo único interés, acrecentado por una sociedad tramposa que les pone el caramelo en la boca y después les advierte sobre la caries, es divertirse sin pensar en las consecuencias. 
Pero como siempre, son los padres. Hemos tenido oportunidad de ver estos días a respetables miembros de la sociedad, periodistas, jueces incluso, hablar con toda tranquilidad del hecho de que sus hijos habían asistido a la fiesta de marras, y de la tranquilidad que le suponía a la mayoría el hecho de que en esa funesta lotería, el número que salió no era el de su hijo o hija. Respiramos aliviados, en suma, al saber ya en casa a nuestros descendientes después de haber bailado con la parca. Hasta la próxima...Porque aunque los políticos -ahora- traten de poner puertas al campo y hablen de prohibiciones, por ahí un mercader de la muerte está planeando otra ratonera en otra ciudad, con otro nombre, y cuando llegue el momento muy pocos padres serán capaces de negarse y de explicarles a sus hijos que no es normal el hecho de salir después de medianoche, encerrarse a recibir codazos o algo peor con miles  de descerebrados y volver con el amanecer cuando aún, según la ley, no tienes edad para abandonar tu centro de estudios sin la compañía de un adulto.
En una época en la que se considera que el placer es un derecho es difícil sin duda decir que no, pero la alternativa no debería ser la de ir entregando, de vez en cuando, víctimas propiciatorias en un sacrificio. Porque la vida, y su reverso, van en serio, como dice el poema, y hay quien lo descubre pagando un precio excesivamente caro. 

Ver el mar

Antes que el huracán Sandy ha habido este año diecisiete más, en lo que los meteorólogos llaman, no sin cierto humor, la "temporada". Pero ninguno había alcanzado con la virulencia que lo ha hecho éste, la Costa de Nueva York. Y al igual que sucedió hace 11 años con los atentados contra las torres gemelas, el caudal de información de todo tipo, y sobre todo gráfica, que se ha recibido, es tal, que hay detalles que pasan desapercibidos sino se presta un poquito de atención. 


Un grupo de personas espera pacientemente a que las baterías de sus dispositivos electrónicos  (teléfonos móviles, ordenadores...) acumulen energía en un improvisado multi-cargador callejero, dado que hasta seis millones de estadounidenses estuvieron sin electricidad.
Ante ese improvisado altar, que ha sido posible gracias a la generosidad de algún vecino que sí tiene corriente eléctrica, los fieles de la religión tecnológica no hacen otra cosa que mirar, aguardando a que en la pantalla del dispositivo aparezca una rayita más. Nadie habla, nadie se mira. Todos observan la nada, multitud de cables enredados que le dan aliento a tu agenda, tu correo, tu ocio... a tu vida, en suma. 
La ironía de todo esto, supongo, es que estos aparatos se crearon para favorecer la comunicación humana, y que una sociedad en la que es más importante tener la batería cargada para seguir enviando y recibiendo naderías, que volverte a la persona que hay a tu lado y preguntarle ¿cómo estás?, tal vez no merezca mucho la pena. Una sociedad en la que cada día engordo la lista de mis "amigos" virtuales en cualquier red social, o lleno el espacio virtual de chorradas que no le interesan a nadie, mientras no sé nada de mi vecino o de mi compañero de trabajo. 
La ciencia ficción está llena de fantasías sobre existencias virtuales, con complicadísimos cachivaches  e inventos inverosímiles. La idea no era mala, pero el desarrollo era más sencillo. Tal vez estemos viviendo ya en Matrix, enganchados a una pantalla que en sus destellos nos enseña cómo es el mar, porque nos da mucha pereza ir a verlo. 


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